lunes, 3 de noviembre de 2008

Stop the evolution (por Eduardo Huchín Sosa)

Zombie Eaters agradece profundamente a Eduardo por permitirnos reproducir (aparear, si son de boca floja como yo) su artículo en (con) este blog. Pero como a mí eso de las formalidades me quedan igual de guangas que mis calzones simplemente le mando un enorme y sincero saludo.

El texto lo tomamos de su blog personal Tediósfera, al que pueden acceder pinchando aquí

mosh

Como Metallica, toda la música debería volver a los orígenes. A las cavernas, al tum tum básico y a la imagen de los hombres de pelo largo que balancean sus cabezas mientras se empujan unos a otros. Volver a un tiempo en que nada era comercial –Puta, hasta Mozart hacía música por encargo-, al sonido auténtico que provenía de chocar unos huesos contra cualquier otra cosa. A un momento en que los músicos tenían un solo nombre –como los integrantes de Venom- y no se llamaban Johann Gambolputty von Ausfern Schplenden Schlitter Crasscrenbon Fried Digger Dingle Dangle Dongle Dungle Burstein von Knacker Thrasher Applebanger Horowitz Ticolensic Grander Knotty Spelltinkle Grandlich Grumblemeyer Spelterwasser Kurstlich Himbleeisen Bahnwagen Gutenabend Bitte Ein Nurnburger Bratwustle Gernspurten Mitz Weimache Luber Hundsfut Gumberaber Shonendanker Kalbsfleisch Mittler Aucher von Hautkopft, de Ulm.

Hay que retornar a la música como supervivencia. Volver a los gruñidos (las letras son esa cosa vergonzante que sólo ha subsistido para que los fresas tengan karaokes). Volver al estilo directo –ya saben, pum pas, la siguiente rola-. Habría que extirpar los instrumentos redundantes (una Sinfónica es como un supermercado lleno de sonidos innecesarios). Recobrar el éxtasis del principio, a ese latido que a veces tienen los estadios, el ruido de la tribu (y borrar la estúpida conciencia de saberte solo apenas prendes tu iPod).

La música nunca debió haber dejado de ser instinto. Las partituras, como las tornamesas, han hecho que cualquier pendejo se sienta músico. Para qué las corcheas cuando hay oído. Para qué Charlie Parker cuando está Lemmy, el de Motorhead, inyectando adrenalina a nuestras vidas. Hay que vivir como si nunca hubiera habido Stravinsky o Pink Floyd. Como si no hubiera pop ni blues ni góspel ni son. Imagina que no existen los Beatles. La mejor música es la que sólo puede describirse en términos de un pleito carcelario.

Lo demás, de verdad, podemos ignorarlo.

1 comentario:

Killer Movimiento dijo...

Estoy de acuerdo con Eduardo. de alguna u otra manera estamos contaminados de lo que nos gusta. las influencias que una banda pueda tener no son del todos buenos ni malos pero seria bueno borrar la memoria y hacer sonidos nunca escuchados sin comparación con algo más.